¿A
quién quiere ver Benjamín Netanyahu en la Casa Blanca?
Publicado:
25 oct 2016 00:15 GMT
Muchos
en Israel se preguntan, qué es lo que el primer ministro israelí piensa sobre
Donald Trump. Expertos señalan que durante su última visita a EE.UU. Netanyahu
pasó el doble de tiempo con el candidato republicano que con Hillary Clinton.
Pastrana
y Uribe, el 70,13 por ciento del total de víctimas
Por
León Valencia
Invito
a los lectores a entrar en el Registro Único de Víctimas (RUV). Se encontrarán
con este número del horror: 8.349.484 víctimas, la inmensa mayoría relacionadas
con el conflicto armado, en 30 años, desde agosto de 1986 hasta julio de 2016.
Quiero
que cada uno de los lectores haga su propio juicio. Que le dé vueltas a los
datos y los mire por todos los lados. Que no trague entero. Quizás el RUV tenga
algún margen de error porque algunas víctimas repitan su inserción en el
sistema para denunciar varios hechos. Que acuda a otras fuentes. Que examine
también los registros, las imágenes y los relatos del Centro de Memoria
Histórica que dirige Gonzalo Sánchez. O que se remita a fundaciones privadas
nacionales e internacionales. Es la hora del balance. La hora triste de la
conciencia.
En
la cadena de dolor que presenta el RUV se pueden hacer unos cortes de la
infamia, de la mayor infamia. En el gobierno de Andrés Pastrana Arango se
produjeron 2.453.628 víctimas y en los dos mandatos de Álvaro Uribe Vélez
3.374.270. Son 12 años que van del 7 agosto de 1998 al 7 de agosto de 2010.
Suman 5.827.898 víctimas, es decir, el 70,13 por ciento del total (ver
gráfico).
Ese
periodo no está lejos. Todos los mayores de 30 años tienen algún recuerdo de lo
ocurrido. Pero, además, existe abundante literatura sobre lo acontecido. Las
guerrillas, los paramilitares y el Estado se trenzaron en una atroz
confrontación en la que la población civil fue el blanco principal, tal como lo
dice el Centro de Memoria Histórica: de cada cinco muertos cuatro eran civiles
inermes.
En
1994, después del fracaso de las negociaciones de Tlaxcala y Caracas, las Farc
se fueron a lo profundo de las montañas, se metieron a fondo en el narcotráfico
y en el secuestro, duplicaron sus frentes, se lanzaron a una feroz disputa
territorial y golpearon sin compasión al Ejército colombiano. Lo mismo hizo el
ELN. La muerte y el desplazamiento forzado se incrementaron en forma
exponencial en el sur y en el oriente del país.
En
el norte, se lanzó la gran expansión paramilitar. Entre 1994 y 1998 los
hermanos Castaño se concentraron en Urabá y Córdoba para construir el modelo de
las autodefensas: una alianza entre destacamentos armados vinculados al
narcotráfico, empresarios, políticos y sectores de la fuerza pública para
disputar el territorio, las rentas y el poder local.
En
mayo de 1998 ya tenían listo el modelo y convocaron la cumbre de paramilitares
que dio origen a las Autodefensas Unidas de Colombia. Salieron del evento y se
extendieron por todo el país. La mayor escalada de masacres, desplazamiento y
terror se produjo en el año 2001, justo antes de las elecciones de 2002 y 2003
donde se apoderaron de una tercera parte del Congreso de la República y
pusieron 281 alcaldes y 12 gobernadores.
El
Estado se desmadró. El presidente Ernesto Samper, en medio de la pavorosa
crisis que desató la infiltración de los dineros del narcotráfico en su
campaña, perdió el control de las Fuerzas Militares, y el general Harold Bedoya
Pizarro, a la cabeza del Ejército, optó por darles vía libre a los
paramilitares en el norte; mientras que en el sur, con la mayor torpeza,
trataba de contener las guerrillas, sufriendo 17 grandes derrotas que dejaron a
las Farc con la enorme ilusión de la victoria en todo el país.
Andrés
Pastrana intentó reversar la situación poniendo en marcha unas negociaciones de
paz con la insurgencia, y buscó, a la vez, frenar la expansión paramilitar
mediante la advertencia y la persecución a sus jefes que empezaron a tener vocería
pública conocida. Las estrategias fracasaron. Las Fuerzas Armadas no le
obedecieron en ninguno de los dos propósitos. Las guerrillas ilusionadas con la
posibilidad del triunfo tampoco ayudaron a concretar el acuerdo de paz en el
Caguán.
Con
Uribe la situación fue a otro precio. Les dijo a las Fuerzas Armadas lo que
querían oír: una gran ofensiva contra las Farc, sustentada en un considerable
aumento del presupuesto y los efectivos, en la modernización y en las manos
libres para controlar el territorio a como diera lugar; al mismo tiempo una
negociación con las autodefensas. Así retomó el control de los militares.
Respondió con la misma moneda a las guerrillas. Una disputa por el territorio
punto a punto, un involucramiento de los civiles, una completa despreocupación
por los daños colaterales y por las violaciones al derecho internacional
humanitario.
Así
se produjo el tremendo holocausto que ahora se puede ver en el Registro Único
de Víctimas. Y llegamos al gobierno de Santos que, con el solo anuncio de las
negociaciones, cambió la tendencia de la victimización. Pero la sorpresa mayor
ha sido que los dos expresidentes, quienes tuvieron mucho que ver en la
intensificación del conflicto y en la profundización del horror que trajo el
fracaso de las anteriores negociaciones, sean ahora los portavoces de una
férrea posición contra el acuerdo de paz.